El siglo XVIII veneciano es en cierto modo el siglo de la nostalgia de la época dorada de la Serenissima, pero también se caracteriza por un estado de ánimo más sereno y relajado. Entre el lujo y el amor, sobre todo entre la nobleza, la vida se adormece en una especie de dulce sopor, se vuelve frívola, bulliciosa, festiva: pasa de la diversión al teatro, al banquete, con la mente alejada de las angustias de un final no muy lejano de la República.
A diferencia del siglo anterior, sensacional y excesivo, el siglo XVIII es algo distinto: delicado, refinado, galante y su dirección artística toma el nombre de barroco tardío o rococó que tiene mucho éxito en Venecia, donde se multiplican los apartamentos acogedores, empalagosos e íntimos, mientras que las mesas se refinan y enriquecen con linos bordados, encajes, juegos de porcelana y cubertería dorada.
Las damas visten amplios vestidos de seda, que crujen sobre un aro de acero, corpiños muy ceñidos y alas con pesados rizos, mientras que los hombres llevan ligeras capas, espadas de gala, zapatos de lago adornados con cintas y calcetines de seda blanca.
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