Para los coleccionistas que gustan de exhibir sus preciadas posesiones, Barcelona es el marco ideal. Y decimos marco en el doble sentido, pues sus molduras estilizadas y rebeldes encierran un gigantesco expositor de dieciséis huecos, a modo de inmenso escenario cosificado. El curioso efecto óptico que provoca, convexo y curvo, nos obliga a mirar dos veces, confusos ante unas rectas imposibles.