El desorden y la disposición de estos cinco módulos imaginan el esqueleto imperfecto de una rayuela de tiza. Esa grave ocupación de mover los pies, de elegir el costado por el que saltar, brincar de un mundo a otro, manteniendo el equilibrio sin pisar las líneas y alcanzar el cielo. Ese juego incesante que perpetuamos con el paso de los años, incautos y ensimismados.